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La apuesta en Haad Rin sigue siendo música, alcohol y drogas, pero la playa vive un intento de lavado de imagen que ha suavizado algunos de los excesos de antaño. Para los funcionarios de la Oficina de Turismo las fiestas se han convertido en una encrucijada: generan grandes ingresos –acceder a la playa las noches de luna llena cuesta algo más de dos euros–, pero atraen un turismo difícil de controlar y que aleja inversiones alternativas.